LA HUIDA DEL INFIERNO
Al grito de la indignada Izanami acudieron los espíritus infernales, pero el astuto Izanagi lanzó a tiempo su corona al suelo y ésta, milagrosamente se transformó en un racimo de jugosas uvas, que los espíritus se detuvieron a recoger; después volvieron a correr tras él, pero Izanagi lanzó las púas que quedaban en su peine, que ahora se convirtieron en brotes de bambú tierno, y los espíritus volvieron a detenerse, recogiéndolas con gula; pero los brotes se acabaron y los espíritus siguieron en pos de Izanagi, ahora acompañados de los ocho dioses del trueno, al mando de una horda de mil quinientos demonios que la humillada Izanami, había mandado en auxilio de los estúpidos espíritus, Izanagi, sin dejar de huir, blandía la espada a su espalda, matando a todo el que se acercaba demasiado, y así prosiguió, hasta llegar a Izumo, donde está la boca del infierno, en donde pudo recoger tres melocotones maduros que arrojó contra sus muchos perseguidores, consiguiendo ponerlos a todos en fuga. Agradecido, Izanagi paró, tomó aliento y habló a los melocotones que le habían salvado la vida al igual que habéis ayudado a Izanagi, ayudad a los humanos del Japón cuando estén necesitados de auxilio. En ese momento, los melocotones quedaron convertidos en frutos divinos. Pero la propia Izanami se había puesto tan furiosa al ver que todos le fallaban, que ella misma salió a acabar con el que fuera su marido amado en la vida, porque ahora ya no era la esposa, sino que se había transformado en la mayor diosa del infierno, pero el veloz Izanagi supo cerrar la entrada del infierno con una enorme roca, pero no totalmente, de modo que cuando llegó Izanami, ella pudo todavía amenazarle, anunciando que se vengaría de él, matando en un solo día a mil humanos; pero Izanagi no se inmutó ante las tremendas palabras de Izanami y le respondió que si ella mataba a mil hombres, el haría nacer a otros mil quinientos, y tapó del todo la entrada con la divina roca, la que impide la entrada a la casa de los muertos.